Fuimos niños

Hubo un tiempo en que fuimos niños: Suave la piel, transparente el espíritu, los ojos desorbitados de asombro, fáciles la risa y las cosquillas, ajena la muerte. Girando atropellados en el carrusel de la inocencia trampeamos los días con la boca abierta. Pródigos los milagros. Múltiples las maravillas. Saltando dicharacheros sin apenas una queja en nuestra carrera sin pausa. Luego, sin aviso, la edad nos aminora el paso como advirtiéndonos que no hay camino para tanta zancada. Los relojes ganan peso. Las noches se hacen más largas. Traslúcida la carne sobre el hueso. Profuso el moco pero casi seco el llanto. Abiertas las heridas que no conocen cura. Incapaces de recuperar la diversión en el juego o de invadir sin aviso el reino de las hadas. Háblame de viajes que nunca terminan, del fragor de batallas colosales, de grandes epopeyas olvidadas por la historia, de lugares antes sagrados que hoy reposan silenciados bajo el hielo. De quién al margen del tiempo mueve los hilos de las horas… Santo el que no entierra a su pequeño al primer acoso de las campanadas. El que en la oscura bruma del calendario se aferra a su mano sin perderlo de vista. Son tantos los que murieron de inanición, desasistidos y abandonados en el indigno camino de una vida! Mano a mano, transitamos la senda del misterio este enano vagabundo y yo. Él, siempre sonriente, contemplando embelesado cada piedra del camino. Yo, fruncido el ceño por los pedruscos que acarreo a mi espalda, mirando con disimulo el acantilado que marca el final de esta carretera. Feliz de permitirle casi todos sus caprichos.

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