Yo nunca pude verte exiliado a bordo de la nao, olvidada ya la costa y los amarres que te apresaban a la tierra. Hijo natural del mar bravío, blandiendo en la oscuridad las escurridizas facciones que el salitre cinceló en tu rostro de pirata, controlando exultante la pulsión en la panza del ballenato metálico. Oteando las colinas verdes del hogar perdido en pos de un mundo que era cada día nuevo. Hay quien nace para cabalgar los mares, hermano del cachalote y del chanquete, adusto el gesto acostumbrado a los galones, derretida el alma de poeta que dejó la voz en prenda a las sirenas traviesas que rondaban los anclajes. Desde Antofagasta a Cienfuegos: Libre bajo los faros celestes que el compás traduce en rumbo. No hay más deber que un puerto diferente, disfrutando del malecón y de la métrica marina que inflamaba tus quereres. Yo nunca te pedí que te rindieras, aunque fui parte de la culpa. Castrado sobre el asfalto, devorado por un deseo que te enfermaba por dentro. Cesado del mando por amor pero incapaz de medrar entre iguales. Roto el sortilegio por el que el oleaje te acunaba. Añorando la soledad de madrugada, midiendo desde cubierta un mundo sin paredes donde reinaba insumiso el Kraken. Siento que renunciaras a la vida a cambio de una muerte con nosotros. No creo que valiera para nada el sacrificio. Cuánto me hubiera gustado verte regresar de La Guaira henchido de historias y alegrías! Calada la gorra y la dignidad del navegante! Ojalá que al otro lado del espejo te aguarden un galeón y un océano infinito!