Yo sé que llega un momento en que la edad te tumba. Ronca la voz que ayer le trinaba a los paisajes. Un instante en que la mirada, harta ya de ver horrores, deja que el mundo pierda foco. En que de tanto oír sandeces ya no escuchas casi nada. Un instante en el que el músculo y la gravedad cesan su pulso de una vez por todas, y el cuerpo se te infla aquí y desinfla allí en un festival de pellejos sin remordimientos. Y ahí los huesos se retuercen como amigos molestos, cuyo encaje ya no es fácil en esa nueva orografía. Y el corazón, cuyo ritmo trepidante te llevó a danzar como posesa en los albores de tu memoria hoy difuminada, se aquieta de repente, o se tropieza a veces, andando de a poco con pasitos menos firmes. Hasta la sangre ayer imparable como río bravo se coagula en las venas estrechas que parecen luchar por detenerla o explota en moretones como escapes en tuberías ya caducas. Lo que ayer fue bello, fuerte, terso, lúcido es hoy una maquinaria diferente que el taller recompone cada vez más a menudo. Recuerdas cuando cada día era una noticia nueva? Hasta que por sorpresa el calendario pasó a ser fotocopias que se repiten sin noticia alguna. Yo que sé muy pocas cosas, sé bien de los tiempos que maneja la muerte a su antojo. No es aún la hora, te digo. Aún hay oxígeno en el aire que lleva tu nombre.