Escucho tu voz en lugares extraños, como un cantar arcano entre el camino y la melancolía, como un susurro ígneo que me persigue en zigzag por entre el laberinto del invierno. Quebradas las luces que nos iluminaban los adentros todo son sombras que agreden nuestro paso, haciendo del avance una agonía. Veo tu rostro iluminado tras mis párpados oscuros, deshilachado por los navajazos del tiempo y por mi falta de sosiego al recordar el pasado, con la sonrisa de almíbar que siempre derritió mis silencios y tu cabellera rebelde surfeando al viento. Te hablo a través de espacios vacíos, allí donde nada sobrevive a la tormenta, con el cariño embargado por la ausencia de quereres y el gesto turbio de quien hizo de la guerra su sustento. Apenas nada me queda de tu nombre. Quizás el eco de una risa estallando inesperada tras el velo de la noche. O el tacto fantasmal de tus dedos entrelazados a mi mano en mi bolsillo cuando amenaza lluvia en los ventanales. Te perdí por el camino como se pierde un sueño tras el despertar alterado. Convertida en puzzle cuyas piezas permanecen escondidas en los dobleces inaccesibles de la memoria. Salpicas la vasta soledad que me acompaña con gotas de agua fresca con la que sobrevivir a la aridez de los días. No sé si ciertamente te tuve. Si existió de veras tu alegría contagiosa como una festividad que no termina. Sea como fuere, de una cosa estoy seguro: Te amé hasta reventar el corazón en el intento! He leído hoy esto: Lo importante no sólo es amar. Es salir ileso.