Me leerás entre el acero atormentado. Entre brigadas de inteligencia artificial suicida que ya no acatan el software imbécil que les quiso imponer el hombre en su absurda megalomanía. Me leerás entre bosques calcinados, sediento como el postrer búfalo cruzando las sequías del Kalahari, mientras intentas recordar las formas de las aves cuando las nubes no tenían aún color de azufre y la naturaleza no era un sinfín de paisajes refritos y sin nombre. Me leerás entre saqueos y profetas reinventando el fin del mundo, entre las caravanas interminables que gusanean en los eriales sin dirección definida y las colonias como tumores que agonizan en la podredumbre del terror y la tiranía. Me leerás invadido por la furia unos días y por la melancolía otros. Siempre intentando proyectar un haz mínimo de esperanza sobre el relato oscuro de la masacre. Me leerás en la solitud de los arenales como a una voz escupiendo imágenes desafortunadas. Anonadado por la triste exactitud con la que describo tus días. Preguntándote si en algún lugar de esta bola en llamas mi mano titubeante trata de alcanzar la tuya.