Ella me mira con mirada oblicua. Con ojos felinos que en la noche oscura inquieren mi nombre secreto. Vestida de bruma, bailoteando sobre la floresta agreste de este jardín algo ajado por el desuso. Danzando entre jazmines marchitos mientras la lluvia se derrama en lágrimas por tanto sueño derribado a cañonazos. Desprendida de edades y necedades. Fiel al trazo imborrable de la sangre que en el barrabum de esta tormenta late con más fuerza que nunca. Qué más quisiera yo que regalarte mi futuro! Pero hay cosas de las que no puedo hablarte mientras permanezca atrapado en la guerrilla de las horas. Solo entre multitudes que bullen en un hervor torpe y homicida. Frente a la marea hipnótica que mece el reflejo de las nubes en profundos charcos en los que Andromeda, siempre coqueta, se contempla. Ella me mira sin escrúpulos. Hija del trueno y de la eléctrica celeste. Arreboladas las mejillas porque las hadas siempre fueron hipertensas. No me permite la sonrisa, pues sabe que a nuestro alrededor el mundo se desmorona. Ojalá cediera la tierra en un pliegue inesperado que me lanzara a sus brazos de amazona exótica! Abandonado al calor equívoco de su cuerpo sin peros. Buscando el aire en la abundancia de su numeración perfecta. Pero ella no cede a mis vulgaridades. Desafiante entre las esferas que yo apenas comprendo. Furiosa para con la mediocridad de esta raza que ya sólo sobrevive. Cuando la tempestad explosiona yo beso sus labios y regreso a casa. Ella, que siempre fue fría como una madrugada en la Antártida, se seca con disimulo una perla furtiva.