Hace un frío acerado al otro lado de los cristales, como si el Ártico se hubiera diluido y cabalgara a pelo el viento al galope sobre el Atlántico. Puedo ver el jardín balancearse a ritmo de fox-trot y tormenta: sensual la gardenia, flexible el tallo de los claveles, atribuladas las dalias sin noción del ritmo. La medianoche es un hall solitario donde los desheredados vagamos sin destino. Abrigados por sombras espesas que regalan la invisibilidad al alma. Mudos entre tanta chicharra. Perplejos ante el estallido de las bombas cayendo hoy donde ayer jugaban los niños y reposaban los abuelos. Viajamos en burdos harapos entre tanto soldadito acicalado y entre purpurados relucientes hasta el absurdo. Horripilados por las sonrisitas prepotentes de políticos sin ninguna capacidad a la vista cargándole a los ciudadanos un esfuerzo desmesurado para disimular ellos su incompetencia por hallar soluciones. Cada uno agarrado a su poltrona ansioso por buscar a su alrededor al próximo enemigo! Y en estos pasmarotes de tan corto registro dejamos el futuro de las naciones? De nuestras familias? Caminamos embelesados por las estrellas a las que poco importamos. Qué poco sabemos de nosotros mismos! Apenas un destello momentáneo que la tempestad de la carne roba de repente con el primer oxígeno que nos quema. Todos nacemos huérfanos y desmemoriados, fantaseando con que la muerte nos devuelva pronto a casa. Después va el engaño, y esa sensación culpable de no pertenecer del todo a esta historia improvisada. Escúchame. Hace un frío acerado al otro lado de los cristales y yo contemplo por las ventanas cómo la guerra, el odio, la codicia, la pobreza, la ignorancia y la falta absoluta de empatía colapsan hasta crear un muro insalvable donde se dan de morros todas las buenas nuevas. Alguien nos tendrá que despertar pronto de esta pesadilla.