Así es la noche en Oriente, amigo mío. Sofocante como el aliento de un dragón en celo. Afrutada como el almíbar al final de la cosecha. Festiva como los niños descalzos jugueteando en un barangay mal iluminado. Tersa como la piel sin mácula de estas ancianas longevas de ojos esmeralda desafiando la muerte. Oscura, como el Océano Índico sin Luna que engulle para siempre todos los paisajes. Yo ya no tengo un lugar que llame mío. Porque los rumbos se torcieron y esta navegación entró en deriva hacia las rocas. Porque en la colisión mi casco hecho añicos es hoy hogar de crustáceos y sirenas. Porque hasta los piratas más rudos temen a esta embarcación fantasmagórica cabalgando la tormenta cual jinete sin cabeza. Yo ya no soy yo, sino un espacio en desorden y desabrido malgastando volumen en la extensión de la materia. Una roña persistente que no se elimina con facilidad y ensucia la armonía de las constelaciones. Es tiempo ya? Pregunta acongojada el alma que ya no halla alegrías en el rotar del calendario. Pero no hay respuesta ni oráculo que certifique la huída de forma escrupulosa. Sólo el badajo inútil de esta campana que ya no suena.