Te veo con el rostro adusto de quien lo ha perdido todo. Con el alma apuñalada por dioses estúpidos. Sentado en medio de las ruinas. Negándote a soltar la mano de tu hija fallecida en el terremoto Sirio. Qué sabemos nadie del dolor terrible que te invade. Qué derecho hay de compartir tu imagen para satisfacer el morbo ilimitado de multitudes al resguardo de sus hogares intactos. Yo sólo intuyo el desgarro estremecedor que supone tu pérdida. La necesidad de mantener a tu niña contigo, como si de esta manera nadie pudiera arrebatártela y la muerte, por respeto, aguardara el turno con paciencia. Duele verte y preguntarse cuántos padres como tú están ahora mismo velando los cadáveres de los suyos. Rotos y torturados porque el planeta ya no acepta más intimidaciones y se rebela contra sus maltratadores. No hay palabras para tanta pena. La mano amorosa de Papá. La mano lívida de esta quinceañera que fue tu bebé hace poco y hoy es ya sólo recuerdo. Así de fácil se desvanecen las vidas en un instante. Así de fácil se tuercen los destinos sin aviso. Ojalá mi voz insuficiente pudiera abrazar tanta desgracia y convertirla en pesadilla de la que se despierta aliviado!