Osarios

En la luz emponzoñada de las catacumbas los osarios sienten morriña de la carne que los mantenía erguidos entre las cosas, gesticulando nimiedades sin prestar atención al milagro de la vida. Rotas las amarras todo son crujidos infecundos que nada significan. Porque a quién le importa el sentir de los ladrillos una vez derribada la vivienda? Nada queda ya de la risa y el llanto que los impelía a través del calendario, porque el alma volandera raramente se despide de sus andamios. Yo paseo en silencio por entre criptas húmedas contemplando los loculos repletos de calcio y de tristeza. Ojalá pudiera llamar por su nombre a esos montones de disfraces olvidados! Qué alegría oírlos repiquetear como marimbas dicharacheras al sonido que antes los movía! No hay nada de grosero o de fantasmal en estos huesos que son la biblioteca de nuestras correrías, el armazón que nos mantuvo firmes hasta que la suerte o la edad nos devolvieron al banquillo. Siento por ellos gran ternura, porque todos lucharon sin descanso desde el primer día contra la gravedad que parecía reclamarnos bajo tierra, porque una vez el espíritu se dio a la fuga son ellos el único recuerdo de lo que veía nuestro espejo.

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