Escucha la voz eléctrica de las valkirias jaleando el gruñir de las olas en el mar embravecido. No hay lugar para el lamento en la batalla. Ellas eligen entre los muertos sus héroes y sus villanos, jugueteando entre sus dedos con el hilo sagrado de la rueca. Yo no espero ni aspiro a su juicio, porque en mí hay un vacío oscuro al que ellas temen. Lleno de nombres antiquísimos y sortilegios olvidados. Es como una noche profunda por la que deambular a tientas con el horror cogido de la mano. Ellas me miran con asombro. Qué hace aquí esta extraña criatura? Yo las sonrío sin malicia, admirado como estoy de su poder y su ternura. Las veo sanar a sus guerreros con sorbos de hidromiel y algún conjuro. Qué suerte ser el favorito de mujeres tan hermosas! Qué suerte volver a la luz y verse reflejado en sus ojos que son océanos celestes de agua clara. Yo, que no deseo incomodarlas, les muestro sin pudor mis alas malheridas. Ellas, con un gesto de dulzura que las honra, me tienden su mano invitándome al Vallhalla. Qué más quisiera yo que ser digno del lugar en que los dioses moran! Pero, niñas preciosas, yo nací para ingresar en la muerte por la puerta tosca y escabrosa de los atormentados. Ellas susurran en un coro sus cantos divinos, convencidas de que sus artes podrían sin duda devolverme la paz y la armonía. Yo las freno. No hay ser capaz de drenar la negrura en mis adentros. Volved a vuestras ocupaciones, chiquillas entrometidas! Ellas, sorprendidas, huyen cargando en desconsuelo las almas por revivir de sus paladines. Yo, entre los rayos y truenos de un Ragnarök sobrevenido, me marcho riendo con carcajadas sinceras. Qué bellas, qué traviesas y qué peligrosas son estas muchachas de leyenda!