Vivo en un lugar inalcanzable. Con la muerte sonriéndome al costado y el pasado que es guía para errores futuros. Vivo con la soledad domesticada a la sombra de un banano, abandonados los blings y las excentricidades. Vivo con los cariños huérfanos porque después de tantas refriegas el corazón ya no admite ni una sola puñalada. Y ella, que lo fue todo, es ahora una brisa triste deslizándose a mi lado en los días de lluvia. Vivo en una pausa entre las sombras, allí donde la gente ni se acerca ni se arriesga, protegido por espíritus guerreros que no perdonan más presencia que la mía. Dinamitados los puentes y las ambiciones nadie creería la profundidad de este vacío en el que me he instalado. Por qué abandonarlo todo? me preguntas con la voz de un niño. Te confieso. Teniendo tantas cosas, yo nunca tuve nada que quisiera de veras. Y aunque mis recuerdos y mis fotos muestren maravillas, mi alma siempre miraba ansiosa para el otro lado, como buscando dónde cobijar sus ternuras más allá de tantas naderías. Hoy estoy aprendiendo un lenguaje nuevo, silencioso como una noche privada de luna, con la mar en calma y la tierra aún caliente tras el bochorno de las horas vanas. Si vienes de visita, te haré un huequito coquetón junto a esta playa blanca que no acaba. Quizás al despertar se nos haya tragado a los dos la marea.