Mira las chispas rojísimas de los pedernales construyendo la civilización en los albores del tiempo. Cuando el mico y el hombre pugnaban por un cerebro que los lanzase al futuro. Contempla las noches ensortijadas de estrellas acunando al Homo Erectus durante el Pleistoceno. Hace frío. Escucha a la horda balbucear categórica junto a la hoguera, en un lenguaje que parece inepto pero posee sentido. Organizan la caza. Y es un tema importante que necesita la atención de todos para conocer el papel de cada uno en la coreografía salvaje que aguarda. Han pasado millones de años. Y te pregunto, Qué hemos aprendido? Inventamos el trueque. Y el dinero. Y con él los Bancos, más peligrosos que cualquier ejército. Caímos en el error de pensar que aquellos a los que elegimos para mandarnos se preocupaban de veras por nosotros. Que aquellos que guiaban nuestras almas lo hacían por convicción y no por treinta monedas de plata. Que aquellos que hoy nos declaran su amor no pueden ser mañana nuestros verdugos. Crecimos con el ansia de ser mejor que el vecino y demostrarlo. Con la ambición sanguinaria de poseerlo todo, de conquistarlo todo para someterlo a nuestro capricho. Diseñamos pastillas que mienten al cerebro para que éste nos mienta a nosotros y nos convenza de que somos felices en medio de tanta hipocresía. Y reímos. Y lloramos. Y nos suicidamos. Y sigue haciendo frío.