Penitencia

Ellos se fustigan con saña las espaldas. Hasta que la sangría es torrente. Son jóvenes. Son pequeños. Y delicados. Pero fuertes y estoicos como santos orientales. Creen que su penitencia remueve sus pecados. Y quién soy yo para juzgarlo diferente. Arrastran sus cruces por las calles, cubiertos por tules, sudores y pañuelos coloridos en la cara. Unos parecen danzar joviales mientras el bambú salpica su sangre entre las gentes. Otros, quizás cargando con pecados imborrables, se arrastran sobre la tierra como una lombriz pesarosa. Cae la noche. Y en cada capilla hay cantos y cirios que no terminan. Yo, casi tan anciano como la primera plegaria, recuerdo vivamente una tormenta estrepitosa sobre el Gólgota. Cielos tumefactos reventando en lluvia sobre el rostro dolorido del crucificado. Oigo el llanto desgarrador de la Magdalena. Y la voz quejicosa de los traidores aliviados por el fin de la superchería. Y Longino, obediente soldado, regresando a casa cabizbajo con su lanza ensangrentada. Hemos vivido tanto desde entonces! Y aún así el mundo es hoy un lugar oscuro fragmentado por muros de soberbia. No sé yo si habrá penitencia suficiente para tanta fechoría.

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