No esperes nada

Estamos solos. Y no esperes nada. No hay ayudas sin motivo, por recóndito y oculto que éste sea. No hay santos. La mayoría que se encaramaron a los altares no lo fueron. Vivimos bajo los designios de ajedrecistas sociópatas. Y ni reyes ni peones se salvan de la quema. Es una humillación muy democrática, porque tarde o temprano todos los guerreros de marfil acaban derrotados. Ninguna aventura nos pertenece del todo. Como marionetas con Alzheimer correteamos bobalicones hasta los límites del tablero defendiendo el libre albedrío, cuando ni tú ni yo tenemos idea de lo que sucede sobre nuestras cabezas. Qué patético es ver a la ficha vociferando estrategias, incapaz de ver los dedos que la mueven de un lugar a otro bajo una voluntad que ella considera la suya. Por eso la confianza es un sentimiento absurdo y casi siempre traicionado. Y no quiero parecer pesimista, pero alguien tiene que contarte las verdades antes de que patines en la próxima curva y te estrelles contra tu ignorancia. La vida es una gincana que se nos agarra al cuello y cultiva con gran acierto el arte de la zancadilla. Qué sencillo es creerte hoy el rey del mundo y tropezar en plena celebración con una enfermedad que desconocías, una demanda inesperada de alguien que ha decidido desplumarte, una reclamación de impuestos que creíste que no llegaría o un desamor que nadie tuvo a bien advertirte. Tú vive. Y lo dicho, no esperes nada! Si la rueca te es benévola, ningún tropezón será capaz de derribarte definitivamente.

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