Dice un sesudo científico que no hay nada tras la muerte. Así de simple. Que la consciencia está literalmente ligada al cuerpo. Que sin dolor ni sacrificio podemos estar tranquilos, porque desaparecemos en la nada. Casi le faltó añadir: Y a otra cosa mariposa! Y Ella, con dulzura en su mirada negra de teas inflamadas, se ríe descarada en carcajadas profundas que suenan a órgano catedralicio. Yo la sé reservada y oscura en su trabajo, pero me consta que la enfada el simplismo con que lo humano despacha las maravillas frente a sus narices. Ella que abre con cariño infinito las puertas que son Final pero también Principio. Que despide a Uno y saluda al Otro dirigiéndose al mismo ente. Que sabe por experiencia cotidiana que la dualidad lo es todo. Si uno proclama la absoluta falsedad de todas las religiones, de la fe en la transcendencia, de la gloria del espíritu o de la existencia del alma, el ser humano se reduce abruptamente a una máquina prodigiosa sujeta al mal funcionamiento y a los azares externos hasta su avería final, la que no se supera y nos apea del circo. Yo, que viajo por las carreteras del mundo con luces limitadas, puedo hablarte de la energía que en ningún caso se destruye sino que se trasforma. De las vibraciones atómicas de onda variable con que construimos todas nuestras percepciones. Y me atrevería a decir que la consciencia de quién somos se disipa (como bien apunta el estudioso) con la muerte del cerebro. Pero no sin antes activar la otra consciencia de lo que fuimos y somos al otro lado del espejo, prudentemente censurada con el nacimiento. Ojo! No confundir al Actor con el Personaje (esto al profesor se le ha pasado por alto) Somos una porción de energía única con una conciencia única dedicada a vestir disfraces perecederos que nos permitan alimentarnos en la inmensidad del caldero. Chapoteamos en la sopa con ropajes y suertes múltiples, tutelados siempre por la Rueca. Y en la obsolescencia programada de nuestras interpretaciones acabamos por regresar siempre a la consciencia primera. Un solo consejo: Pregúntenle al cerebelo. Quizás hallen ahí respuestas.